El impresentable de Pere Navarro.

Para quien lo desconozca, Soria no es famosa entre otras muchas cosas por su fastuosa red de carreteras. Vamos, que ni autovías tenemos.

Lo que sí tenemos es un altísimo número de accidentes viales provocados por la irrupción de animales en la carretera (accidentes que en algunos casos provocan víctimas mortales, las cuales se deben estar descojonando en sus tumbas, al igual que sus familias, de las manifestaciones del director de la D.G.T.)

En fin, debe ser que no sabemos apreciar lo bonito que son los ciervos cuando aparecen por las carreteras, paisaje bucólico según Pere Navarro, causa de accidentes para la gran mayoría. Que poco sensibles somos, no apreciar un jabalí o un corzo cuando aparece en la calzada, cuando reaccionamos para no atropellarlo, cuando chocamos contra él, cuando provocan un accidente, cuando se produce un fallecido... que poca sensibilidad tenemos de no ver en esto un gran espectáculo de la naturaleza.

http://www.cadenaser.com/sociedad/articulo/pere-navarro-accidentes-causados-animales-bonito-ver-ciervos/serpro/20101116csrcsrsoc_8/Tes

Qué solos se quedan los muertos............


Después de pasar la noche de ánimas con una leyenda, continuamos celebrando el día de difuntos junto a Bécquer, aunque esta vez dejamos las leyendas y nos pasamos a las rimas. Aprovecho para invitaros a que os deís una vuelta por nuestro blog hermano, y en tal día como hoy visitéis un poquito el cementerio de Soria.



Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
"¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!"

De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedóse desierto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
"¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!"

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila,
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo;
allí la acostaron,
tapiáronla luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:
"¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!"

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan los huesos...!


¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es, sin espíritu,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
que al par nos infunde
repugnancia y duelo,
a dejar tan tristes,
tan solos los muertos.